Hágala En El Tiempo

El Infierno del 99

Tras la falla del “Jerry” Estrada en aquella final ante Toluca, nunca imaginé todo lo que en emociones iba a vivir.

Les contaba en la entrega anterior que no pude seguir narrando más para la radio y que tuvieron que arrebatarme el micrófono para poder gritar que Toluca era el campeón y lograba su quinta estrella.

Bien, pues después de eso, confundido por la algarabía que presentaba el estadio, sólo dije en la transmisión que era la mejor final que había podido ver, pero el nudo en la garganta continuaba al ver lejana otra vez la posibilidad de ser campeón para el Atlas.

Los aficionados con los que yo había viajado comenzaron a ser agredidos en la tribuna y eso ya no estaba bien, me tocó ver desde el palco de transmisión como le reventaba en la cabeza una botella de cerveza a alguien y de pronto tuvieron que protegerse entre ellos pues había niños y mujeres. La seguridad tuvo que aparecer.

En mi caso tuve que buscar las reacciones en la cancha y bajé inmediatamente al campo para entrevistar a quien me topara, pero mi mente seguía lamentando la derrota.

La vuelta olímpica, la celebración, la más que merecida alegría del Toluca y yo con una buena cobertura para Guadalajara. Cuando todo estaba terminando, yo seguía en la cancha, pero me di cuenta que los aficionados con los que había llegado al estadio ya se habían ido, el camión se había marchado escoltado por la policía.

Ahí estaba yo, solo y sin dinero suficiente para pensar en tomar un taxi desde Toluca al aeropuerto de la Ciudad de México, además, la ciudad estaba vuelta loca y completamente paralizada, ¿cómo iba a llegar a mi vuelo?

Recordé que era el mismo vuelo del equipo Atlas y no me quedó de otra que atreverme a pedir un favor. Vaya momento, tras perder una final, en profunda tristeza en el vestidor, ¿y yo creí que era buena idea? Pues lo intenté, no tenía de otra.

Por la cancha me acerqué al vestidor rojinegro, que ya no tenía mucha cobertura de reporteros pues todos estaban con el campeón. Ahí vi de lejos al preparador físico Luis Carlos Bongiovanni, a quien le pedí se acercará conmigo a la puerta. Me conocía por la cobertura que día a día hacía en los entrenamientos en Guadalajara.

Le dije: “Profe, lamento en verdad lo que ha ocurrido, duele como rojinegro esto que acabo de narrar para la radio, pero ahora quisiera ver la posibilidad de que pudiera irme con ustedes al aeropuerto pues voy en el mismo vuelo hacia Guadalajara y el grupo de aficionados con los que venía tuvieron que irse inmediatamente y ahora con la ciudad vuelta loca es imposible tomar un taxi “.

Sorprendido por la petición inesperada y al verme verdaderamente afligido por no saber qué hacer, el profe me dijo que lo consultaría con Lavolpe y me dejó en la puerta desde donde vi como hablaba con Ricardo y al señalarme con el dedo pensé que no sería posible, pero sólo Lavolpe cerró los ojos y asentó con la cabeza.

El profe “Bongio” me dijo que Lavolpe había aceptado, pero solo que subiera al autobús hasta el final, ya que todo el equipo estuviera arriba. Así fue.

Cuando todos habían subido al autobús estacionado pegado a la puerta del vestidor sobre la calle, el profe bajó y me hizo la seña que subiera. Ese momento nunca lo voy a olvidar.

A comenzar a subir el escalón hacia el pasillo vi a Lavolpe a quien solo de dije “Muchas gracias, Ricardo “, el solo levantó las cejas y dijo acomódate donde encuentres.

Caminando fui buscando algún asiento libre, pero las primeras filas estaban todas ocupadas, ahí vi a todos con los rostros desencajados, en un silencio sepulcral y sorprendidos que este joven reportero estuviera en la intimidad del autobús.

Mientras avanzaba buscando un lugar se me hacía eterno encontrarlo. Atlas había perdido una final, desde 1951, nunca se había estado tan cerca de un título.

De pronto, ya sobre la antepenúltima fila, vi un lugar desocupado junto a alguien que lloraba desconsolado con la frente pegada al respaldo de enfrente. Era Julio Estrada, me senté junto a él y ni siquiera volteó a ver quién se había sentado a su lado. El autobús arrancó y el seguía sacando con llanto la falla del penal que le dio el título a Toluca. El silencio devoraba el interior del autobús.

El contraste en las calles con la celebración de la gente que lanzaba todo tipo de gritos al camión a su paso, pintaban con aerosol en las ventanas en cada frenada la leyenda de “Toluca Campeón”. Había que tragárselo.

Fue hasta tomar la autopista hacia el DF cuando alguien rompió el hielo y acabo con el silencio. Ese fue Daniel Osorno, que se levantó de su asiento y a grito abierto dijo: “Bueno, ya estuvo cabrones, jugamos un gran partido, se gana y se pierde, tenía que haber un campeón, así que ánimo”. Sacó una pequeña bocina, puso una canción que no recuerdo bien cual era y fue por los sándwiches que estaban en la parte alta para pequeños equipajes y comenzó a repartirlos entre todos.  El clima se aligeró, pero “Jerry” Estrada nunca dejó de arrojar lágrimas, ya no en llanto, pero si escapaban durante todo el trayecto.

Llegamos al aeropuerto y agradecí el aventón, pero nunca olvidaré que ese momento íntimo e histórico de Atlas fue también parte de mí.

Ese encanto se perdió cuando en el avión volví a ser el reportero, el narrador, el fan del Atlas. Así regresamos a Guadalajara.

¡Hágala en el tiempo!

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